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La Cornue cocina a fuego lento.

Las cocinas artesanales de la firma francesa han convencido a prestigiosos chefs y actores de Hollywood. Llevan más de 100 años a la vanguardia en tecnología.

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En 1908, recién descubierto el uso doméstico del gas natural, Albert Dupuy tuvo una idea brillante: ponerle al horno de la cocina, además de esta fuente de calor, un techo abovedado. Fue tan buena que la marca La Cornue vive todavía de aquella ocurrencia produciendo en la actualidad más de 1.000 unidades numeradas al año, todas construidas con métodos artesanos en su fábrica de las afueras de París.

Aquella invención permite, por su forma y también en virtud de una doble pared –por cuyo interior entra el calor–, que el aire circule de manera natural y homogénea, evitando que los alimentos se resequen; es decir, conservan todos sus jugos. Además, el señor Dupuy tuvo la inteligencia de patentarla y ligar su nombre a la incipiente moda de intentar emular a los cocineros profesionales en casa.

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Después de la II Guerra Mundial, le sucedió a Albert su hijo André. Este llevó La Cornue de los grandes pisos parisinos a las cocinas colectivas. La línea de lujo tampoco se descuidó, y sacaron al mercado los modelos Château y Châtelaine. A este último la prensa lo bautizó en 1979 como el Rolls Royce de las cocinas.

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Pero había demasiados frentes abiertos y el tercero de la saga, Xavier, centró la producción en las cocinas artesanas. “El objetivo era crear un claro concepto de la marca que hiciera fácil nuestra identificación en el segmento de la alta gama.

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