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Antonio Bonet y los argentinos Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy se conocieron en el estudio de Le Corbusier en París, pero fue en Argentina donde juntos idearon la silla que llevaría sus iniciales –BKF– y que se convertiría en un auténtico icono de la modernidad. Antonio Bonet había empezado a trabajar con Le Corbusier en 1936, justo al acabar sus estudios de arquitectura en Barcelona; al estallar la Guerra Civil emigró al Río de la Plata, moviéndose entre Buenos Aires y Punta del Este, en Uruguay. Juntos, los jóvenes Bonet, Kurchan y Ferrari fundaron en 1938 el Grupo Austral, retomando los principios del GATCPAT de Barcelona.
La silla BKF no reinventó la rueda, sino que la optimizó. A sus diseñadores les había cautivado la economía de formas y recursos de la silla Tripolina, un invento del inglés James B. Fenby patentada en Estados Unidos en 1881: una estructura plegable y fácilmente transportable sobre la que se tensaba una funda de piel que servía a la vez de asiento y de respaldo. Este modelo, fabricado antes de la Segunda Guerra Mundial por la empresa Viganò de Trípoli, se popularizó entre el mercado italiano residente en Libia por su gran estabilidad en la arena y la disponibilidad local de madera y piel de camello o de vaca. Por otra parte, las banquetas portátiles de los gauchos argentinos, de tres patas, también ejercieron su influencia sobre los jóvenes arquitectos.
Partiendo de estas bases, los tres desarrollaron un diseño con materiales de bajísimo coste en ese momento -estructura de hierro redondo macizo y piel de vaca- que extendía las formas de su antepasado tripolino para formar un amplio sillón-hamaca donde hacerse un ovillo, reflexionar, leer, observar el mundo… o aislarse de él. Aunque en medio de su emoción creativa se les pasó la nimiedad de patentar el nuevo modelo, el resultado fue tan extraordinario que, una vez fabricada en Estados Unidos, llegaron a venderse 5 millones de sillas BKF en los años 50, con variantes de distintos materiales y producida por diversos fabricantes, entre los que destacó la firma Knoll. Con los años, la BKF ha llegado a convertirse en uno de los muebles icónicos del siglo XX, incluida en la colección de Museo de Arte Moderno de Nueva York.